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Vanity Fair

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JOYA LATINA

Lo que empezó como un juego de niños se convirtió en su forma de vida. Ella es una de las diseñadoras preferidas de las nuevas herederas de dinastías latinoamericanas, como las Niemeyer y las Shahani. Cuando todas sus compañeras al volver a casa de la escuela jugaban con muñecas, plastilina y, como mucho, a enhebrar bolitas plásticas, Daniella Kronfle jugaba con diamantes. Y rubíes, y esmeraldas. Era el tipo de niña que sabría distinguir los tonos de oro a la distancia, y nunca confundiría el ónix con la piedra de luna.“Tuve una infancia muy distinta a la de mis amigas confiesa la joven diseñadora, mientras se recupera con un té de menta de una noche de fiesta en la Gran Manzana–. Mi madre tenía su taller de alhajas en el segundo piso de nuestra casa y todas las tardes de mi vida las pasé allí”. A Kronfle los medios la llaman “la joya de la corona de Ecuador”, y, a los 33 años, es la joyera por excelencia de su país de origen. Pero va por más. Su boutique en Miami se volvió de rigor para toda la nueva generación de VIP latinoamericanas, y ahora está en pleno proceso de expansión con la futura apertura de su flagship store en la afamada sección de lujo Miami Design District. ¿Su secreto? “Primero ver a la joyería como parte del mundo de la moda, estar muy atenta a las tendencias sin creer que uno diseña en el vacío. Y segundo, tomar conciencia de que, antes, las grandes joyas se usaban para ocasiones excepcionales y se devolvían a la caja fuerte del banco. Pero hoy las mujeres son ejecutivas madres, tienen que ir de una reunión en el colegio a una de negocios, al gimnasio y a una cena romántica o con amigas, y necesitan piezas que las puedan acompañar en todas sus funciones”. Como prueba de esto me muestra sus aros y anillos, que anoche acompañaban un suntuoso vestido de Os-car de la Renta para una gala en memoria del diseñador, y que hoy lucen igualmente naturales en vaqueros y t-shirt.“Diseño mucho para las mexicanas, son de mis grandes clientas en sus viajes a la Florida”, cuenta. Y consultada por el perfil típico, dice: “Las mujeres de América Central son muy conservadoras, pero a las mexicanas, si bien les gusta estar elegantes y femeninas, agregan un toque exótico y moderno a la vez; toman más riesgos”.  En particular, le encanta a Daniella que se animen con statement pieces a toda hora. “La joya nunca debe competir con la persona. Ni siquiera con la ropa. Pero a la vez es espectacular tener algo que habla de ti todo el día, porque una buena joya te representa”, subraya.A la cena en honor a De la Renta, Kronfle fue escoltada por algunas de sus informales “embajadoras”, su grupo de íntimas amigas, todas de los miembros más jóvenes de distintas dinastías latinoamericanas, o bien de la arquitectura modernista como los Niemeyer en Brasil a los magna-tes inmobiliarios Shahani en Panamá. Si bien el evento era hiperformal, con mesas donde las mujeres más emblemáticas del circuito de caridad del Upper East Side neoyorquino apenas hablaban y ni soñaban con mover el esqueleto, el equipo de Kronfle no sólo llamaba la atención por lo entusiasta de la conversación en la mesa, sino también por cómo dominaron las pistas en cuanto empezó la música. Y ni qué hablar por cómo giraban con los vestidos  joyas multicolores con los que termina-ron de deslumbrar con el calor latino. Los fotógrafos americanos las perseguían fascinados por la inusual vitalidad. “La vegetación exuberante propia de nuestros países para mí siempre es una fuente de inspiración. En Ecuador, hay 550 variedades de orquídeas. Y por estar en la mitad del mundo, encima las puestas de sol, solo pueden describirse con una palabra: ¡wow! Todo esto derivó en una colección que llamé Radiant Orchid que justamente fue, además, el color del año en 2014, un lila morado que intriga y dispara la imaginación”, aclara. “Yo me crié en libertad y siento que me gusta tanto lo que hago porque fue mi elección personal. Es más, la alta joyería es algo muy artesanal y empírico, que se pasa de padres a hijos, pero yo quise que mi educación fuera, además, formal y conseguí estudiarlo académicamente en Florencia, junto con historia del arte”. Esa libertad de elección también la traduce en sus creaciones. “No tengo ningún ‘no’ firme a la hora de mezclar piezas colores, incluso tipos de oro. Lo que sí es que mis diseños no son matchy-matchy. Hay un ADN marcado que los recorre a todos, pero no me gusta lo excesivamente combinado”, aclara sonriendo y se marcha junto a sus ‘chicas’ para aprovechar cada segundo en Nueva York. Una vida de lujo y trabajo serio pero con justo lugar para la diversión. 

–JUANA LIBEDINSKY